Era la oportunidad que Paula llevaba esperando desde hacía años.
Se había formado y preparado a conciencia. No solamente asistiendo a los diversos programas formativos que la empresa le había puesto a su disposición y leyendo a grandes autores especializados en liderazgo y dirección de equipos de colaboradores. También había contado con la ayuda de Esther, su mentor desde hacía algo más de año y medio.
Hacía un mes que su jefe la había convocado a una reunión corta y sin agenda.
-“Aquí solo caben dos alternativas”- pensó Paula. O la promoción o el despido.
Tranquila por sus buenos resultados individuales y los de su departamento acudió a la reunión con buenas sensaciones y predisposición, dispuesta a escuchar y a analizar lo que se debatiera dentro de esa sala de reuniones.
La conversación fue corta. No había mucho que debatir. La compañía era adjudicataria de un nuevo proyecto que implicaba la elaboración de un modelo de negocio que incluía diseño, producción y comercialización de un producto.
Había que acompañarlo de un plan estratégico productivo y comercial junto con el correspondiente modelo económico que justificase la viabilidad del proyecto.
Se requería un equipo multidisciplinar y 100% dedicado, que empezaría a trabajar en el proyecto en un mes.
El plazo para presentarlo a los inversores era de un año y si no daban el visto bueno a la implantación, todo el trabajo realizado se archivaría y los miembros del equipo asumirían otras responsabilidades dentro de la organización.
Las responsabilidades ya estaban esbozadas y una de ellas llevaba el nombre de Paula si le apetecía asumir el reto.
Agradeciendo la oportunidad, Paula formuló algunas preguntas para aclarar dudas que le habían surgido tras esa breve explicación. Algunas relacionadas con el proyecto en sí y otras muchas que consideró fundamentales para tomar una decisión tan importante en su carrera profesional.
Una vez aclaradas, confirmó su discreción al respecto, se comprometió a dar una respuesta en un máximo de 48 horas y salió de aquel despacho con sensaciones encontradas.
Se sentía muy orgullosa que contaran con ella para formar parte de un proyecto disruptivo y que compartía muy poco con el negocio actual y por otra parte un poco inquieta por la incertidumbre inherente.
Dedicaría su esfuerzo e ilusión durante un año a un proyecto que podría no ver la luz, aunque su actuación y la del equipo fuera brillante.
¿Cómo la influiría personal y profesionalmente? ¿Condicionaría su desarrollo en el futuro? ¿Experimentaría sensación de fracaso?
En ese momento no podía contestar a ninguna de estas preguntas
La decisión no era sencilla. Tenía que meditarla bien. Veía riesgos claros, pero también grandes oportunidades.
No podía ganar sin primero atreverse a perder.
Tenía que compartir con Esther sus miedos en ese momento. Necesitaba que como su mentora, que tan bien conocía la compañía y a ella misma, le ayudase a identificar bien obstáculos y oportunidades, para ponerlo todo en una balanza, tomar una decisión convencida de que condicionaría gran parte de su futuro profesional y personal.
Paula llamó a Esther y le pidió que comieran juntas. Reservó en ese sitio tranquilo, al que habían ido en otras ocasiones y acordaron que se encontrarían directamente allí.
Esther acababa de llegar cuando Paula entró en el local. Al ver su cara fue consciente de que ninguna de los dos probaría la comida.
Ella ya sabía el origen de la preocupación de Paula. La dirección de la compañía la había informado unas horas antes, sabiendo que ella necesitaría de su ayuda y consejo para tomar la mejor decisión.
Tras un saludo cargado de afecto, Esther instó a Paula a que le contase el motivo de sus preocupaciones.
-“Me apuesto lo que quieras a que lo sabes-“ dijo Paula. “Así que vamos al grano que no tenemos mucho tiempo”.
Esther asintió y Paula comenzó a relatar emocionada el transcurso de la reunión a la que había acudido esa misma mañana.
-“Esther, me tienes que ayudar a tomar la mejor decisión”-le pidió Paula
Después de poner en común detalles del proyecto, Esther, siempre preparada, sacó de su bolso una libreta roja y un bolígrafo y empezó a escribir.
Pasados unos minutos, arrancó la hoja del cuaderno y tendiéndosela a Paula, le dijo
-“Creo que tienes que empezar por aquí”
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